El lenguaje es una de las capacidades más extraordinarias de las que está dotado el ser humano. Estamos diseñados para comunicarnos a través de un sistema complejo, pues nuestra genética nos dota con los mecanismos neurobiológicos necesarios para su desarrollo. No obstante, un correcto desarrollo no está garantizado, ya que en él influyen diversos factores: individuales, familiares y sociales que pueden condicionar la aparición y/o el ritmo del desarrollo lingüístico.
En este sentido, el lenguaje es fundamental en el desarrollo del niño y cumple una función de comunicación, socialización y autocontrol de la propia conducta, convirtiéndose en un instrumento importante en su actividad cognoscitiva, es decir, en el desarrollo de su inteligencia y de su aprendizaje. Desde las primeras semanas de vida, los niños interpretan miradas, sonrisas y rostros de las personas que se encuentran a su alrededor, tienen necesidad de comunicarse con sus figuras de apego o con los adultos, motivo por el cual se esfuerzan en reproducir los sonidos que escucha. Este esfuerzo será mayor o menor dependiendo de la motivación y de la demanda que reciba de su entorno.
En este proceso es decisivo que los niños estén expuestos a los sonidos del habla desde su nacimiento, sin importar si pueden o no comprender el significado o reproducir las palabras que escuchan. Sin embargo, también es necesaria una adecuada estimulación por parte de los padres mediante la interacción y el juego que le permita adquirir las destrezas necesarias y precursoras del lenguaje. De lo contrario, los niños que son pobremente estimulados presentan retrasos o mayores dificultades para adquirir el lenguaje.
El lenguaje consta de varios niveles en su desarrollo, mismos que configuran el lenguaje del adulto. No obstante, los niveles que se consideran la base en el desarrollo del niño son la expresión, es decir, cómo se expresan (lenguaje expresivo) y la comprensión que se refiere a si están comprendiendo lo que sucede a su alrededor como las instrucciones, situaciones sociales y de aprendizaje (lenguaje receptivo).
Si los niños presentan dificultades en estos dos niveles y no evolucionan según lo esperado, es casi seguro que presentarán dificultades en el aprendizaje, por ejemplo, en la adquisición de la lecto-escritura así como problemas en el área socio-emocional tales como la adaptación e integración a su grupo de pares y el desarrollo de habilidades sociales. Los trastornos en el lenguaje, sobre todo, los relacionados con el lenguaje expresivo pueden ser sutiles y pasar inadvertidos. A pesar de ello es importante tomarlos en cuenta para que el lenguaje se configure correctamente como el de los adultos, lo cual debe sucede alrededor de los 6 años.
Por otro lado, cuando existe un problema en el lenguaje receptivo, es decir, de comprensión, el impacto es mayor no sólo en la adquisición del aprendizaje, sino en el desarrollo socio-afectivo del niño. Por lo regular, los preescolares que son descritos por la escuela y/o por los padres como niños tímidos e inhibidos, tienen dificultades para participar en las conversaciones de sus pares y pueden ser excluidos, con lo cual tienen menos oportunidades de aprender y practicar las habilidades sociales necesarias para interactuar con sus compañeros. Recordemos que la aparición de nuevas habilidades y procesos cognoscitivos tienen períodos críticos de desarrollo. Esto quiere decir que existe un rango de edad en el que se espera que se presenten o se desarrollen dichos procesos. No identificar ni tratar dichos problemas puede tener consecuencias importantes.
¿Cómo aparece el lenguaje?
Resulta útil conocer cuáles son las características generales propias de cada etapa evolutiva.
0 a 3 meses.
Desde el nacimiento, los bebés van desarrollando las bases de la comunicación, empleando diversos tipos de llanto para expresar sus necesidades. A partir de los dos meses, comienzan a producir sonidos diferenciados como grititos, gruñidos y sonidos vocálicos que indican distintas sensaciones placenteras y de molestia.
3 a 6 meses.
En esta etapa, el bebé descubre la capacidad para interactuar con el adulto a través de sus emisiones sonoras, intentando llamar su atención, responder a sus estímulos y realizar intentos de repetición que todavía no llegar a ser verbalizaciones, lo que hace que estas habilidades se desarrollen y perfeccionen poco a poco a partir de este momento.
6 a 9 meses.
Alrededor de los seis meses, comienzan a producir sonidos más elaborados llamados balbuceos y silabeos. Demuestran iniciarse en la comprensión del lenguaje respondiendo a la estimulación del adulto con acciones o reacciones motoras, por ejemplo, ante la pregunta “¿dónde está papá?, el bebé rastrea la habitación con la mirada.
9 a 12 meses.
Son capaces de repetir verbalizaciones silábicas que ya están en su repertorio fonético si un adulto lo estimula. Comienzan a combinar dos sílabas diferentes y algunos pueden emitir sonidos onomatopéyicos cuando se lo pide el adulto: “¿cómo hace el pájaro?”. Comienza a responder a órdenes verbales muy sencillas.
Al final de esta etapa, la mayoría de los niños ya han producido las primeras palabras reconocibles y dotadas de significado pero puede retrasarse hasta los 18 meses como máximo.
1 a 2 años.
Tras la palabra con significado, surge la palabra-frase, se le conoce como etapa holofrásica porque el niño utiliza palabras sueltas que constituyen frases en sí mismas, por ejemplo: “aua” para decir quiero agua. Asimismo, emplean diferentes estrategias de comunicación como el uso de la jerga, señalar con el dedo y el uso de gestos como hola y adiós o sí o no. Alrededor de los 18 y 24 meses, la mayoría producen entre 25 y 50 palabras y comprenden cientos.
2 a 3 años.
Comienzan con la unión de palabras, es decir, forman frases de dos-tres palabras, en un inicio con diversas dificultades morfológicas, sintácticas y gramaticales, por ejemplo: “cuento no” refiriéndose a que no quiere ese cuento. Poco a poco se va consolidando la respuesta ante órdenes verbales: “dame el vaso rojo” y la respuesta verbal ante las preguntas del adulto: “¿quieres manzana?”. Tiene dificultades con la articulación, pues los órganos encargados de la producción del habla todavía están inmaduros. Más o menos a los dos y medio se observa un importante incremento de su comprensión y de su vocabulario.
4 años.
A los tres años, el niño debe tener entre 500 y 1000 palabras como parte de su vocabulario. Son capaces de entender enunciados más complejos y producir frases simples de tres o cuatro elementos pero con una mayor estructura sintáctica. Comienzan a incorporar pronombres, preposiciones, adjetivos, uso del tiempo presente y más delante del pasado con errores. A los tres años y medio más o menos se identifican con su nombre y el pronombre “yo” e inician las primeras conversaciones y la expresión de vivencias personales. En esta etapa, comienzan a acompañar el lenguaje con el juego y la acción y pueden repetir fragmentos de canciones simples.
5 años.
A los 4 años, los niños van consolidando el uso del lenguaje y poco a poco van dominando las estructuras sintácticas, lo que favorece la aparición de frases más largas y complejas. Su discurso es más coherente y organizado. Comprenden oraciones que implican negación, identifican y establecen relación por oposición (contrarios), reconocen absurdos verbales sencillos e intervienen en una conversación simple. Tienen una discriminación auditiva más desarrollada, lo que les permite reproducir fonemas mucho más complejos aunque pueden permanecer errores en la pronunciación de la “r” hasta los seis años.
6 años.
Alrededor de los 5 años, se va produciendo un dominio de los tiempos verbales y de secuencias temporales, por lo cual pueden elaborar explicaciones más complejas. Un aspecto básico de esta edad, es que se produce un gran desarrollo del lenguaje interno que permite guiar las acciones motoras y mentales y es el medio de desarrollo del pensamiento lógico. Al final de esta etapa, su lenguaje, ya presenta las bases y estructuras básicas del lenguaje adulto. A partir de este momento, se irán perfeccionando sus habilidades lingüísticas.
No obstante, esta información se presenta como marco de referencia para situar lo que se espera en la evolución del lenguaje, ya que se debe considerar que cada niño tiene su ritmo. Sin embargo, la sugerencia para los padres es acudir con un especialista si observan o si la escuela refiere un retraso significativo o que su desarrollo ya no está dentro del rango esperado para identificar el origen del problema.
Si tienes dudas o requieres apoyo puedes acercarte al área de psicología: diana_cruzandrade@hotmail.comEn este sentido, el lenguaje es fundamental en el desarrollo del niño y cumple una función de comunicación, socialización y autocontrol de la propia conducta, convirtiéndose en un instrumento importante en su actividad cognoscitiva, es decir, en el desarrollo de su inteligencia y de su aprendizaje. Desde las primeras semanas de vida, los niños interpretan miradas, sonrisas y rostros de las personas que se encuentran a su alrededor, tienen necesidad de comunicarse con sus figuras de apego o con los adultos, motivo por el cual se esfuerzan en reproducir los sonidos que escucha. Este esfuerzo será mayor o menor dependiendo de la motivación y de la demanda que reciba de su entorno.
En este proceso es decisivo que los niños estén expuestos a los sonidos del habla desde su nacimiento, sin importar si pueden o no comprender el significado o reproducir las palabras que escuchan. Sin embargo, también es necesaria una adecuada estimulación por parte de los padres mediante la interacción y el juego que le permita adquirir las destrezas necesarias y precursoras del lenguaje. De lo contrario, los niños que son pobremente estimulados presentan retrasos o mayores dificultades para adquirir el lenguaje.
El lenguaje consta de varios niveles en su desarrollo, mismos que configuran el lenguaje del adulto. No obstante, los niveles que se consideran la base en el desarrollo del niño son la expresión, es decir, cómo se expresan (lenguaje expresivo) y la comprensión que se refiere a si están comprendiendo lo que sucede a su alrededor como las instrucciones, situaciones sociales y de aprendizaje (lenguaje receptivo).
Si los niños presentan dificultades en estos dos niveles y no evolucionan según lo esperado, es casi seguro que presentarán dificultades en el aprendizaje, por ejemplo, en la adquisición de la lecto-escritura así como problemas en el área socio-emocional tales como la adaptación e integración a su grupo de pares y el desarrollo de habilidades sociales. Los trastornos en el lenguaje, sobre todo, los relacionados con el lenguaje expresivo pueden ser sutiles y pasar inadvertidos. A pesar de ello es importante tomarlos en cuenta para que el lenguaje se configure correctamente como el de los adultos, lo cual debe sucede alrededor de los 6 años.
Por otro lado, cuando existe un problema en el lenguaje receptivo, es decir, de comprensión, el impacto es mayor no sólo en la adquisición del aprendizaje, sino en el desarrollo socio-afectivo del niño. Por lo regular, los preescolares que son descritos por la escuela y/o por los padres como niños tímidos e inhibidos, tienen dificultades para participar en las conversaciones de sus pares y pueden ser excluidos, con lo cual tienen menos oportunidades de aprender y practicar las habilidades sociales necesarias para interactuar con sus compañeros. Recordemos que la aparición de nuevas habilidades y procesos cognoscitivos tienen períodos críticos de desarrollo. Esto quiere decir que existe un rango de edad en el que se espera que se presenten o se desarrollen dichos procesos. No identificar ni tratar dichos problemas puede tener consecuencias importantes.
¿Cómo aparece el lenguaje?
Resulta útil conocer cuáles son las características generales propias de cada etapa evolutiva.
0 a 3 meses.
Desde el nacimiento, los bebés van desarrollando las bases de la comunicación, empleando diversos tipos de llanto para expresar sus necesidades. A partir de los dos meses, comienzan a producir sonidos diferenciados como grititos, gruñidos y sonidos vocálicos que indican distintas sensaciones placenteras y de molestia.
3 a 6 meses.
En esta etapa, el bebé descubre la capacidad para interactuar con el adulto a través de sus emisiones sonoras, intentando llamar su atención, responder a sus estímulos y realizar intentos de repetición que todavía no llegar a ser verbalizaciones, lo que hace que estas habilidades se desarrollen y perfeccionen poco a poco a partir de este momento.
6 a 9 meses.
Alrededor de los seis meses, comienzan a producir sonidos más elaborados llamados balbuceos y silabeos. Demuestran iniciarse en la comprensión del lenguaje respondiendo a la estimulación del adulto con acciones o reacciones motoras, por ejemplo, ante la pregunta “¿dónde está papá?, el bebé rastrea la habitación con la mirada.
9 a 12 meses.
Son capaces de repetir verbalizaciones silábicas que ya están en su repertorio fonético si un adulto lo estimula. Comienzan a combinar dos sílabas diferentes y algunos pueden emitir sonidos onomatopéyicos cuando se lo pide el adulto: “¿cómo hace el pájaro?”. Comienza a responder a órdenes verbales muy sencillas.
Al final de esta etapa, la mayoría de los niños ya han producido las primeras palabras reconocibles y dotadas de significado pero puede retrasarse hasta los 18 meses como máximo.
1 a 2 años.
Tras la palabra con significado, surge la palabra-frase, se le conoce como etapa holofrásica porque el niño utiliza palabras sueltas que constituyen frases en sí mismas, por ejemplo: “aua” para decir quiero agua. Asimismo, emplean diferentes estrategias de comunicación como el uso de la jerga, señalar con el dedo y el uso de gestos como hola y adiós o sí o no. Alrededor de los 18 y 24 meses, la mayoría producen entre 25 y 50 palabras y comprenden cientos.
2 a 3 años.
Comienzan con la unión de palabras, es decir, forman frases de dos-tres palabras, en un inicio con diversas dificultades morfológicas, sintácticas y gramaticales, por ejemplo: “cuento no” refiriéndose a que no quiere ese cuento. Poco a poco se va consolidando la respuesta ante órdenes verbales: “dame el vaso rojo” y la respuesta verbal ante las preguntas del adulto: “¿quieres manzana?”. Tiene dificultades con la articulación, pues los órganos encargados de la producción del habla todavía están inmaduros. Más o menos a los dos y medio se observa un importante incremento de su comprensión y de su vocabulario.
4 años.
A los tres años, el niño debe tener entre 500 y 1000 palabras como parte de su vocabulario. Son capaces de entender enunciados más complejos y producir frases simples de tres o cuatro elementos pero con una mayor estructura sintáctica. Comienzan a incorporar pronombres, preposiciones, adjetivos, uso del tiempo presente y más delante del pasado con errores. A los tres años y medio más o menos se identifican con su nombre y el pronombre “yo” e inician las primeras conversaciones y la expresión de vivencias personales. En esta etapa, comienzan a acompañar el lenguaje con el juego y la acción y pueden repetir fragmentos de canciones simples.
5 años.
A los 4 años, los niños van consolidando el uso del lenguaje y poco a poco van dominando las estructuras sintácticas, lo que favorece la aparición de frases más largas y complejas. Su discurso es más coherente y organizado. Comprenden oraciones que implican negación, identifican y establecen relación por oposición (contrarios), reconocen absurdos verbales sencillos e intervienen en una conversación simple. Tienen una discriminación auditiva más desarrollada, lo que les permite reproducir fonemas mucho más complejos aunque pueden permanecer errores en la pronunciación de la “r” hasta los seis años.
6 años.
Alrededor de los 5 años, se va produciendo un dominio de los tiempos verbales y de secuencias temporales, por lo cual pueden elaborar explicaciones más complejas. Un aspecto básico de esta edad, es que se produce un gran desarrollo del lenguaje interno que permite guiar las acciones motoras y mentales y es el medio de desarrollo del pensamiento lógico. Al final de esta etapa, su lenguaje, ya presenta las bases y estructuras básicas del lenguaje adulto. A partir de este momento, se irán perfeccionando sus habilidades lingüísticas.
No obstante, esta información se presenta como marco de referencia para situar lo que se espera en la evolución del lenguaje, ya que se debe considerar que cada niño tiene su ritmo. Sin embargo, la sugerencia para los padres es acudir con un especialista si observan o si la escuela refiere un retraso significativo o que su desarrollo ya no está dentro del rango esperado para identificar el origen del problema.
Psic. Diana Cruz.